Callejón con salida
Hay días en que la vida se siente como caminar por un callejón oscuro. Estrecho, incómodo, lleno de paredes altas que parecen cerrarte el paso. Y la mente empieza con su festival de frases: “ya no hay nada que hacer”, “de aquí no se sale”, “mejor me quedo quieto”.
Pero lo curioso es que, muchas veces, esos callejones tienen salida. No siempre es evidente, no siempre está bien iluminada, pero está. Y lo único que hace falta es avanzar unos pasos más para verla.
El truco de no quedarse quieto
Lo más engañoso del callejón es la ilusión de que ya se acabó el camino. La tentación de sentarse en medio, armar una fogata y decir: “bueno, parece que aquí vivo ahora”. Pero lo que cambia todo es el movimiento. Dar un paso más, aunque sea pequeño, aunque sea torpe, te acerca a descubrir esa salida escondida que no se ve desde la mitad del recorrido.
La salida no siempre es glamorosa
Eso sí: nadie dijo que la salida iba a ser un boulevard parisino. A veces es una puertita lateral, oxidada, que lleva a un lugar inesperado. Y aunque no se parezca al final que soñabas, tiene algo valioso: te saca del encierro y te abre un espacio para seguir. La salida no siempre es perfecta, pero siempre es mejor que la resignación.
La metáfora de los callejones
Los callejones con salida son esas etapas donde todo parece cerrado: un trabajo que no avanza, una relación que se estanca, una meta que parece imposible. Y justo cuando piensas que te quedaste atrapado, aparece esa rendija, ese giro, esa oportunidad inesperada. No porque la vida sea mágica, sino porque moverte y mantener los ojos abiertos te permite encontrar caminos que desde atrás no se veían.
Al final, todo callejón tiene más de lo que aparenta. Y muchas veces, lo que parecía un encierro se convierte en el atajo más inesperado hacia otro lugar.


